Le faltó el café con Fromm

12.06.2018

En el invierno de 1936, un grupo de hombres con el alma teñida de rabia, llamaron a la puerta de Rafael Serra.

El abuelo Rafael pintaba, le gustaba reflejar pequeñas miniaturas que robaba de paisajes solitarios. Paisajes en los que no había pelea de colores embriagadores, ni exceso de personas queriendo salir de sus cuadros. El abuelo Rafael pintaba escenarios con gran perspectiva que invitaban a mirarlos e imaginarse cómo se podrían rellenar con más vida. Y es que ocultaba, entre sus pinceles, una tristeza que sostuvo su sentido del humor en una urna de llanto seco, juguetes de alambre y chistes infantiles.

Si le hubieran preguntado qué creía él que era el amor, se habría dado la vuelta, cabizbajo, y no podría haberlo explicado con palabras, porque el amor que el abuelo Rafael pensaba que había conocido, le cogió de la mano un invierno del 36 y le tapó los ojos para que no pudiera seguir viendo la vida como la había visto hasta ese momento.

Y es que Erich Fromm no le había contado a mi abuelo que el amor es un arte, el mismo con el que él pintaba cuadros solitarios. No coincidieron en ningún sitio ni en ningún libro, para explicarle que en el mismo instante en el que los hombres del alma teñida llamaron a la puerta de su casa, iba a generarse el acto de amor más grande que desafiaría su propia vida. Pero el abuelo Rafael no se enteró y pasó de puntillas por las sesenta y nueve primaveras que le tocaría, después de aquel día, vivir. Fromm le podría haber escrito una carta, pequeñita, invitarlo a un café, no habría hecho falta más, para explicarle que el amor es un desafío constante. Que lejos de parecer un sustantivo, el amor se convierte en verbo cuando abandona su estático romanticismo y se convierte en una acción que Fromm comparaba con el arte, la creatividad y el movimiento. Si Fromm se hubiera tomado ese café con el abuelo Rafael, le habría susurrado que el dolor que entristecía sus cuadros fue fruto de un acto de amor inexplicable. Que hay personas excepcionales que son capaces de generar obras de arte que remueven -como decía el filósofo- la esencia de la existencia.

Y es que un invierno de 1936, un grupo de hombres con el alma teñida de rabia, llamaron a la puerta de Rafael Serra.

El abuelo Rafael era un hombre activo y muy joven, llevaba poco tiempo con su novia, con la que pasaría el resto de su vida. Le gustaba la política e implicarse en los movimientos de su época. Así que esa noche, los golpes en la puerta lo llamaban a él para llevárselo a donde nadie sabe. Su padre, Rafael Serra también, a sabiendas de las andanzas de su hijo y ante la pregunta de aquellos hombres apelando al nombre familiar, mientras su hijo se escapaba por una ventana trasera de la casa, respondió con que era él el hombre a quien buscaban y, en ese momento, a su hijo, el abuelo Rafael, se le tiñó el alma de dolor. Se le tiñó el alma de dolor porque nunca más supo de su padre, porque pensó que se había ido de viaje a Sudamérica para escapar de la lucha, porque pensó que debería haber sido él... porque el abuelo Rafael murió sin saber nada hasta que diez años después de fallecer encontramos un libro donde aparecía el nombre de su padre y nos contaba que descansa bajo una cruz blanca y solitaria que se ve desde el cielo de la capital.

Y es que nos cuenta otro psicólogo, Carlos Odriozola, que "el amor es la capacidad de desear y favorecer el desarrollo integral de la otra persona" hasta el punto, en mágicas ocasiones, en las que un padre da la vida por su hijo, sin dudar, casi sin respirar, tiñendo el alma de por vida. Pero el abuelo Rafael no supo entenderlo porque no llegó a tiempo al café con Fromm. No le pudo explicar que dos seres que experimentan el hecho fundamental de amarse, lo hacen desde la esencia de su propia existencia, de que son uno con el otro al ser uno consigo mismo. Pero la cita no se dio y el abuelo Rafael pasó su vida anhelando el amor de su padre en los paisajes que pintaba en miniatura. Si el abuelo Rafael hubiera coincidido con Fromm, lo habría entendido todo, comprendería que su vida fue fruto del acto de amor más profundo que existe y habría dejado de buscar. Porque, ese noviembre del 36, los unió para siempre.